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25 oct 2012

Reflexiones...



            ¡Buf!
            Te levantas y te aseas. Desayunas dando cabezazos de puro sueño, te vistes y te vas a trabajar.
            Afortunado.
            Durante el trayecto en el coche, enciendes la radio para escuchar las noticias: los políticos siguen de gresca en lugar de agotar su precioso tiempo en buscar soluciones a la crisis; más expedientes de regulación de empleo; el paro sube de nuevo; el gobierno de turno se plantea poner un nuevo impuesto anual a los vehículos de motor; un pobre hombre de cincuenta y cuatro años que iba a ser desahuciado de su casa por el banco, se suicida…
            ¿Con qué ánimos afrontas tus problemas diarios con toda esta carga psicológica negativa? A pesar de que las cosas no te vayan mal (firmaría por quedarme toda la vida tal y como estoy ahora, ni mejor ni peor), porque tienes un trabajo, puedes pagar la hipoteca, puedes comer caliente varias veces al día… no puedes evitar contagiarte de ese pesimismo que se ha instaurado en la sociedad como algo habitual. No puedes evitar temer que mañana tú puedas ser otro número más en la cola del paro. Tú puedas ser otro expediente de desahucio dentro del impoluto archivo de un banco. Y es triste.
            La vida da muchas vueltas, inesperadas: crueles. Lo que has tardado en erigir durante años, a base de sacrificios, esfuerzo, voluntad… puede venirse abajo en un solo segundo, como un castillo de naipes.
            Mientras tanto no queda más remedio que seguir luchando. Seguir levantándote cada día, aseándote, desayunando, oír la radio de camino al trabajo, con la esperanza de que ese día se repita una y otra vez lo que te queda de existencia, cual día de la marmota.
            Luego vuelves a casa con el temor un poco atenuado. Ha pasado otro día y tu situación no ha empeorado. Bien. Otra pequeña victoria. A ver qué pasa mañana.
            Y enciendes el ordenador, abres el archivo de tu último trabajo literario, y desconectas. Te sumerges en un mundo que tú has creado, una realidad paralela pero igual de real que la que vives día a día. Un esfuerzo extra. La cabeza funcionando a mil por hora. Los dedos insuflando vida a los personajes a través del teclado del ordenador.
            ¿Merece la pena tanto esfuerzo?
            Sí. Merece la pena. Porque luego hay quien lee tu obra. Quien habla de ella. Quien la critica. Y eso llena de orgullo y te hace abrazar la almohada por la noche con un pellizco en el estómago, una sensación de felicidad que, ni siquiera la crisis tan cruel que estamos padeciendo, te puede arrebatar.
            Agradezco a todos los que dedican un poco de su tiempo a leer mis obras y a reseñarla. Os dejo varios enlaces que llevan a las últimas reseñas que me han hecho de “El alma que vistes”.

            Un abrazo.

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