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27 sept 2012

De pluma inquieta...



            ¿No habéis imaginado cómo sería la vida antiguamente, para alguien que viviera, por ejemplo, en el campo? Una vida de sacrificios, necesidades, de trabajo arduo y siempre dependiendo de los caprichos de la naturaleza para sobrevivir.
            Imaginaos durmiendo en un camastro de paja cubierto con una sábana áspera. Imaginaos la luz de una vela que titila en la madrugada. El hedor de los cerdos al otro lado de la pared. El calor de las ascuas de la chimenea en nuestro rostro. El aroma de la morcilla y el chorizo colgado en un lado de la habitación. Canta el gallo y nos desperezamos. Todo nos pica. Con una jarra de barro, llenamos un plato con un poco de agua y nos aseamos como podemos.
            Agarramos la boina y nuestro cayado y nos disponemos a salir al monte con nuestras ovejas, impacientes ya en el cercado, para enfilar hacia los prados aún bajo la tenue luz del amanecer, con el estómago rugiendo de hambre y una mísera hogaza de pan duro en el zurrón.
            Nuestros pies encallecidos no sienten las piedras del camino, pero los dientes picados nos torturan con un dolor punzante.
            Vemos las primeras luces del sol asomar tímidas mientras el ganado pasta.
            Y tenemos mucho tiempo.
            Tiempo para pensar, tiempo para sentir la brisa acariciando nuestras manos, tiempo para observar a las abejas libando el polen de las flores y retomando el vuelo hacia el panal… tiempo para vivir.

            Hoy día hemos perdido el tiempo. Las horas se escurren entre nuestros dedos, y somos incapaces de mantener atrapado un solo minuto dentro del puño. Nos levantamos a las siete de la mañana, desayunamos corriendo, llegamos al trabajo, más prisas, salimos corriendo a comer, volvemos al trabajo, más prisas, salimos de trabajar… el poco rato que tenemos libre lo dedicamos a la familia, pero también queremos hacer deporte, ir al cine, escuchar música, no perdernos ninguna actualización de nuestros contactos en internet, quedar para tomar una cerveza con un amigo físico o para charlar con un amigo virtual… queremos sacar tiempo para escribir.
            Y ahí llega mi problema. Tengo en mi haber dos libros terminados: “Relatos de sal” y “El alma que vistes”, sólo el primero publicado en papel. Luego tengo muchos proyectos, novelas terminadas pero a la espera de corrección (“La ira de Teresa”), relatos que están empezando a mutar en novela, etc… Pero ya dije en una entrevista que me hizo el administrador del blog “El Rincón de Koreander” que soy de pluma inquieta. No puedo detenerme mucho tiempo en un proyecto si otro nuevo me aborda y me acosa para que lo inicie, para que deje de lado todo lo demás y me centre en él. Esto justamente es lo que me acaba de suceder. He empezado una nueva novela. Treinta folios llevo ya, y el proceso creativo es imparable. El título y el argumento… ya os lo desvelaré en el momento adecuado. Dejar temporalmente unos proyectos iniciados para empezar otro nuevo me da miedo, pues tengo la plena certeza de que me costará muchísimo trabajo retomarlos pues, mientras finalizo el proyecto que acabo de iniciar, nuevas ideas, nuevas tramas y personajes y situaciones, me acosarán desde las profundidades de mi imaginación para que les conceda la vida con el toque mágico de mis letras.
            ¿Os ocurre lo mismo que a mí? ¿Os agobia la falta de tiempo?

            Un fuerte abrazo.
           
            Fran

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