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10 mar 2011

Resultado concurso "El bien y EL MAL", de Irene Comendador...

     ¡Hola a todos!

     Una vez finalizada las votaciones del concurso organizado en el blog de Irene Comendador, ya se conocen los relatos ganadores. En primer lugar, ha quedado el relato "Condena de Luna", de Karol Scandiu. En segundo lugar, "El Rostro de la Inocencia", de Sokaly. Y en tercer lugar, "Eternos", de Marcos DK. ¡Felciidades a los tres! Os dejo el enlace que os llevará directamente a la gala de entrega de premios. Un poco más abajo, tenéis el listado de los relatos participantes entre los que se encuentran los ganadores, por si queréis leerlos: http://www.irenecomendador.blogspot.com/

     En cuanto al relato con el que participé, "La carbonera", se quedó con dieciocho puntos, si no he contabilizado mal. Desconozco en qué posición terminó, pero estoy muy orgulloso del resultado, ya que me han votado lectores que no conozco de nada. Por los comentarios vertidos en el blog, he podido deducir que algunos participantes y votantes tenían algún lazo de amistad. Yo era totalmente nuevo en esas filas de blogeros. No insinúo con estas palabras que haya existido "amiguismo" a la hora de votar, pero sí que algunos lectores y votantes que, según confesaron, no se habían leído todos los relatos participantes, supongo que leerían los de sus amigos/conocidos, votando en ese sentido. Desconozco si la organizadora ha tenido en cuenta los votos de aquellos que confesaron no haber leido todos los relatos. Supongo que no.

     Sea como fuere, he disfrutado mucho con el concurso, leyendo todos los relatos, y votando los que me parecieron mejores (de los tres que voté, dos se han hecho con el segundo y tercer puesto). Además me he llevado un diploma:



    Bueno, sin más dilación, os dejo mi relato, "La carbonera", para que déis vuestra opinión si es vuestro deseo...¡un abrazo!

     La Carbonera. Ese era el sobrenombre con que la conocían los vecinos del barrio.

- ¡Carbonera! ¡Que tu padre ha desembarcao, vete deprisa pa tu casa! – le gritaba una vecina que volvía del mercado, la cesta colgando del brazo, llena de escasos alimentos y de muchas noticias oídas en aquél mentidero.

     Y corriendo que se iba María, el cuerpo temblándole como las flores en un día de levante, presa del pánico. Allá quedaron en la plaza los juegos que compartía con otros niños, los saltos, las risas, los corre-corre que te pillo…Rauda se dirigía hacia el miedo y el dolor.

- ¡Que viene pa! – informó a su hermana pequeña, Matilde, la Carbonera chica, que jugaba sentada en el suelo con una piedra, a modo de muñeca, meciéndola entre sus brazos. Las pupilas se le dilataron con el terror que le provocaba ese hombre enorme, sucio y cruel, al que debían llamar padre.

     Entraron por el zaguán oscuro, de pasillo prolongado, que desembocaba en un viejo patio de losas sueltas, y accedieron al interior del bajo izquierda, su hogar desde que nacieron.

- Llena de agua el barreño y coge un paño limpio – ordenó a la pequeña Matilde, que se apresuró en aupar un cubo de hojalata, casi tan grande como ella, y se dirigió al centro del patio, al pozo. - ¡Y sacúdete la ropa, que la tienes llena de polvo!

     Mientras, puso una olla a hervir y sacó, de un ajado armario, unas patatas llenas de moho. ¡Cuántas veces durante las últimas semanas se había relamido pensando en devorar esos manjares! Pero el miedo a una paliza era mayor que el tenido a la muerte por inanición.

     A duras penas y con sumo esfuerzo, Matilde, la Carbonera chica, acarreó varios cubos de agua, hasta que el barreño circular situado en medio de la estancia estuvo lleno.

- Zúrcete ese agujero…¡rápido!

     Matilde estaba lívida por el miedo, pero consiguió controlar sus nervios y, cogiendo aguja e hilo, se apañó para coser el boquete del traje mil veces puesto para todo.

     El agua de la olla empezó a hervir y María echó varias patatas peladas en su interior. Rebuscó por los cajones algo de sal, sin éxito. Una mueca de frustración y miedo se dibujó en su rostro. A su padre no le gustaba que el almuerzo estuviera soso. Agitó el abanico bajo las brasas, para avivar su poder calorífico. Había guardado esos trozos de carbón para el regreso de su padre. María era muy precavida en lo que a evitar arranques de cólera de su progenitor se refería.

     Una de las apolilladas puertas se abrió de un violento golpe. Paco Carbonero, entró en su hogar, la bota de vino colgando lánguidamente de un hombro, el petate con la ropa sucia en el otro. Su inseparable navaja asomaba por encima del fajín rojo. Descomunal como una montaña, robusto y fuerte cual bestia salida de los avernos, el pelo cano, enmarañado y sucio y los dientes amarillos, observó la estancia.

- ¿Dónde están mis princesas? – bramó con una sonrisa estúpida en el rostro.

     Las niñas dejaron sus quehaceres y se dirigieron sumisas a darle un beso en la mejilla a su padre.

- ¡Mmmm! ¡Algo huele muy rico por aquí! – graznó con su voz rota, de borracho habitual, moviendo su nariz arriba y abajo. Tiró el petate a un lado y se dirigió a la olla humeante.

     La Carbonera recogió presta la ropa sucia, dispuesta a lavarla en cuánto su padre diera permiso. Éste, con la misma cuchara de palo con la que María había removido las patatas, engulló de buen grado gran parte del contenido del recipiente. Luego, expulsó un sonoro eructo.

- Ahí os he dejao un poco – anunció, generoso. – Aunque está algo soso. Voy al catre un rato, que estoy reventao…¡No molestéis, y ni se os ocurra salir a la calle! – con estas palabras, se dirigió a la estancia que usaba de dormitorio.

     Las niñas suspiraron aliviadas. Luego, apuraron la comida que su padre les había dejado. Al menos, había regresado de este viaje de buen humor…María sabía que eso no iba a durar demasiado.

     La Carbonera, María y la chica, Matilde, se metieron en la estancia contigua a la que había ocupado su padre. Allí, en esa vieja carbonera, dormían las dos juntas, sobre un montón de paja, cual animales. Notó como su hermana pequeña temblaba. La abrazó.

- No te preocupes…- susurró a su oído. – Mientras yo esté aquí, nada te va a suceder.

     Paco el Carbonero, marinero de profesión, padre de las Carboneras, María, la mayor, y Matilde, la chica, era un hombre sin alma. “El mayor bicho que exista en la tierra”, según palabras textuales de algunos vecinos, que no se atrevían a decírselo a la cara, pues ese hombre era una especie de monstruo irracional que actuaba por impulsos.

     Desde que acabó la guerra, era marinero del “Horizonte”, un barco mercante que hacía la ruta de las Islas Canarias. Entre su sueldo, que se gastaba en burdeles y alcohol, y los trapicheos con los productos de contrabando que traía desde las islas, sobrevivían él y sus hijas a duras penas. La posguerra estaba siendo muy dura, una época de hambrunas y muerte. Su mujer murió poco después del conflicto bélico, presa de “algo malo”, como decían las gentes del lugar cuando alguien se moría a causa de una enfermedad desconocida. Paco la odiaba por haberlo dejado sólo con las dos niñas. A decir del Carbonero, lo había hecho adrede, eso de morirse, por las palizas que solía meterle cuándo estaba borracho. Tampoco le importaba demasiado, pues, al menos, sus hijas seguirían haciendo las tareas domésticas y cuidarían de él, como merecía todo hombre.

     También se buscaba la vida, en tierra, robando carbón de las carboneras de la estación. Con la noche como cómplice, saltaba las rejas de la estación de tren, accedía a las construcciones achaparradas que contenían el carbón y robaba uno o dos sacos. Luego, los escondía en la estancia donde dormían sus hijas, en un cuarto secreto que había bajo aquélla. Levantando una losa, en lugar de tierra, una compuerta de madera daba paso a una pequeña habitación. Una vez, las niñas le preguntaron por el origen de aquel cuarto secreto, a lo que el Carbonero respondió que se trataba del lugar donde antiguos piratas escondían su botín de las posibles pesquisas que pudieran hacer las autoridades. Quizás no fuera descabellada la original hipótesis de Paco, teniendo en cuenta la historia de la ciudad donde vivían. Ahora, el Carbonero la tenía llena de baratijas que traía consigo de sus viajes. También la utilizaba para esconder el carbón robado. Luego, trocaba el combustible con sus vecinos, por comida o algunas monedas. De ahí que las gentes, haciendo un juego de palabras con el apellido de las niñas, las llamaran las Carboneras.

     El regreso de Paco era el inicio de un calvario para María y Matilde. Su padre no las dejaba salir durante el período que duraba su estancia en tierra. Las encerraba en su cuarto todo el tiempo que le placía, y las castigaba severamente si se quejaban. Las niñas no salían durante días, y de nada servían los llantos y súplicas. Se conformaban charlando entre ellas, y escuchando, con mucha envidia, a los niños que jugaban en la calle. Paco era tremendamente violento. Cualquier cosa le molestaba: si el agua del baño estaba fría, le propinaba una sonora bofetada a la causante; si la ropa no estaba bien planchada, fuerte patada…Las hermanas debían ser muy cuidadosas con todo lo que hacían o decían. Incluso con lo que no hacían ni decían.

     Su violencia, su maldad ilimitada, era de sobra conocida por los vecinos. Se rumoreaba que en la guerra de los años diez y veinte, muchas mujeres autóctonas, seducían a los soldados españoles, que las seguían excitados, encontrando la muerte en las manos de grupos de hombres enemigos que los esperaban escondidos dentro de las casas. Contaban que, a Paco, una de esas mujeres intentó hacerle la jugada, provocándolo sensualmente para que dejara su patrulla y fuera con ella a algún sitio apartado. Paco sacó su navaja y la rajó de arriba abajo sin darle posibilidad de defenderse. El niño que gestaba quedó colgando del vientre abierto de la madre moribunda. Decían también las lenguas chismosas que, cuándo un preso de la cárcel local daba problemas, la guardia civil detenía a Paco con cualquier excusa, como la de meterse en alguna reyerta o pegar a sus hijas. Una vez dentro, negociaban con él: la libertad por meter en cintura al rebelde. Poco duraba el genio del preso de turno. Paco, pronto dejaba claro quién mandaba allí. Los presos más viejos le respetaban lo indecible, pues el Carbonero no dudaba en lisiar o matar si era necesario, con la complicidad de las autoridades.

     Si se emborrachaba era peor que el demonio. Muchas veces, tras darle una paliza a sus hijas, se encerraba con María para tocarla, mientras jadeaba como un perro. La niña, con objeto de evitar que se centrara en su hermana menor, se dejaba hacer. En esos momentos en que su padre se apretaba encima de ella, María se evadía, observando absorta a través del enrejado de la ventana, desde la que se veía el infinito mar, azul y límpido…Muchas veces, su madre muerta se asomaba desde fuera y le cantaba viejas canciones de cuna para que se olvidara de lo que le estaba pasando. Mas, Paco, de repente, se reponía de su ataque y, antes de consumar, se levantaba diciendo: “Aún no; aún no…sólo es una niña…”. Entonces, se marchaba, dejando a María una irreparable marca, en el cuerpo y en el alma.
El padre Saturnino, quién tenía mucho cariño a las pequeñas hermanas, había hablado a veces con él. Cuando los vecinos las escuchaban gritar, desesperadas, algunos golpeaban la puerta de la casa de Paco, exclamando: “¡Déjalas, que sólo son unas niñas!”, sin atreverse a entrar para evitar el enfrentamiento con el Carbonero. Otros vecinos ignoraban lo que ocurría…¿cómo podía decirle alguien a un padre la manera en que debía educar a sus hijas? Pero el párroco intentó convencerlo, en una charla amistosa en la taberna, de que debía cejar en su comportamiento hacia María y Matilde.

- Es que no se qué me pasa, padre – había respondido el Carbonero, sumiso cual cordero ante ese representante de Cristo. – Es el vino, que me duele aquí arriba y me vuelve loco – se excusó clavando el dedo índice en su sien.

    Pero, al final, siempre volvía a las andadas.

     Cuando partía a otro viaje, las niñas suspiraban aliviadas. Seguramente las hubiera matado de saber que pisaban la calle en su ausencia. “Sólo las furcias van solas a la calle…¿ustedes sois unas furcias?” reñía borracho como una cuba a las dos hermanas, que sollozaban asustadas, totalmente inmóviles de puro miedo.

     La Carbonera, María, guardaba un poco de petróleo para resguardarse del frio durante los viajes de Paco. Su padre cerraba con llave la puerta donde tenía el preciado carbón, por lo que las niñas se morían de frio con el crudo invierno. El Carbonero partía hacia sus viajes sin preocuparse por dejar a sus hijas comida, dinero o manera de calentar la casa en su ausencia. Es por ello por lo que, cuando entregaba a María algo de dinero destinado a comprar petróleo para la lámpara que Paco tenía en su estancia, aquélla se cuidaba de volcar algunas gotas en una vieja lata de galletas que perteneció a su madre.

     Escondía la lata en casa de una vecina, que le guardaba el secreto. Cuando su padre marchaba y el frío arreciaba, la niña usaba el combustible para encender una hoguera que las calentara, dentro de un cubo de metal. Aunque a duras penas, iban sobreviviendo. La caridad de algunas mujeres del barrio, que les daban pequeños curruscos de pan, o las vainas de las judías verdes hervidas, evitaba que murieran famélicas. El padre Saturnino, que ayudaba con el poco dinero destinado a su sustento a las familias más necesitadas de la ciudad, era otra inapreciable ayuda con la que contaban las desdichadas hermanas. A veces, el párroco guardaba los recortes de las obleas y se las llevaba de regalo a las Carboneras. Las niñas las devoraban como si de una inigualable chuchería se tratase.
Nadie osaba plantar cara a Paco el Carbonero. Ni siquiera la guardia civil que, como se ha narrado, lo utilizaban a veces para sus propios fines. Aunque eso no obstaba para que, en ocasiones, le dieran un toque de atención: “Paco, si las matas, vas a pasar mucho tiempo en prisión. Aguanta un poco la mano”.

     Ahora, su padre había regresado. Matilde se quedó dormida sobre el jergón de paja, pero María no lograba conciliar el sueño. No podía evitar imaginar los calvarios a los que iban a enfrentarse las dos hasta que Paco volviera a marcharse. El suave oleaje, que rompía contra la muralla sur de la ciudad, era suave melodía que acunaba a María, arrastrándola con sus efectos calmantes hacia el mágico y hermoso mundo de los sueños. Pero un porrazo la arrancó de la duermevela. Con sorpresa, se percató de que había anochecido. María había estado durmiendo todo el día. Fuera, en la estancia de la pequeña cocina de carbón, oyó a su padre cantar muy alto viejas marchas militares. Su voz se empañaba bajo los evidentes efectos del alcohol. La puerta se abrió de súbito.

- ¡Fuera de aquí, Matilde! – ordenó sin lugar a réplica.
La Carbonera animó con suavidad a su hermana pequeña a que abandonara la habitación.

- Ya lo he visto…- anunció con una risa gutural, tambaleándose frente a María. – Los paños manchados. Felicidades: ya eres toda una mujer.
     La guardia civil había inspeccionado la casa, tras la denuncia de los vecinos. Habían hallado, bajo una de las estancias, el foco del incendio. Reconocieron el cuerpo carbonizado de Paco, el Carbonero, por la navaja de gran tamaño que siempre llevaba al cinto.

- No lo entiendo – había dicho uno de los agentes. – El carbón no arde tan rápido. Le hubiera dado tiempo de escapar, aún borracho como una cuba como estaba, según dicen los que le vieron por última vez salir de la taberna. Además, la trampilla por la que se accede a la carbonera secreta estaba cerrada con llave. Alguien tuvo que hacerlo.

- ¿El qué? - preguntó el padre Saturnino, que había acudido corriendo al saber de la desgracia, preocupado por las hermanas.

- Prender fuego al carbón y cerrar la trampilla con llave.

- No señor – dijo tajante el cura. – Está claro que ha sido un accidente. El abuso del vino puede ser mortal.

- Claro, claro. Así lo comunicaré al capitán y al alcalde – respondió el guardia, mirando de soslayo a las hermanas que, de manos del cura, observaban abstraídas el suelo. Sus ropas manchadas de hollín evidenciaban la suerte que habían tenido de no morir pasto de las llamas.

- Yo me ocuparé a partir de ahora de vosotras – anunció el padre, sacándolas de allí para siempre.

     María, la Carbonera, dejó de hablar durante mucho tiempo. No volvió a hacerlo hasta que Matilde, la Carbonera chica, le contó cómo había oído la voz de su madre llamando a Paco desde la habitación secreta. Él, borracho, había acudido a su reclamo. Luego se había quedado dormido.
     Una cerilla, la confabulación de una vecina y el contenido de la lata de galletas, hicieron el resto.

    

5 comentarios:

  1. Aun no he tenido tiempo de decirte que tu relato ha sido un competidor realmente serio, como quedó demostrado en las votaciones. Y con lo que he leído tuyo no era de esperar menos.

    Como ya empiezas a comprobar, en estos concursos blogueros es muy frecuente el amiguismo entre votaciones (además de humanamente lógico e inevitable), pero la pluralidad de visitantes que tiene el blog de Irene era una baza esperanzadora para mi. Y no me he equivocado: también he recibido votos de gente que no conocía hasta que votaron, lo cual es muy positivo. Había decidido no presentarme a más concursos de este tipo, pero parece que aun hay esperanzas... Tal vez nos veamos las letras en un próximo concurso ;-)

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  2. ¡Hola Marcos! Me alegra infinitamente verte por aquí, mi casa, tu casa. Estoy de acuerdo contigo en que el amiguismo es inevitable. Pero para nada ha sido este tu caso, pues de todo corazón te digo que tu relato es muy, pero que muy bueno. Es hermoso, emocionante, muy bien escrito. Ya te demostré mi opinión en el concurso, a través del modesto puntito que dí a tu relato.
    ¡Ah! Y muchas gracias por tu comentario acerca de "La carbonera".
    Nos veremos en otros concursos y en nuestros respectivos blogs, si lo deseas (me estoy haciendo fan de Ireth...).
    ¡Un fuerte abrazo!

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  3. Hola querido Francisco...

    Muchísimas gracias por pasarte por el blog y por tus felicitaciones.
    En relación a los votos de amiguismo y todo ese tema, no creo, estoy segura de echo, que no ha sido el caso del blog de Irene, lo que sé que coincides conmigo.
    Estoy más que feliz, puesto que muchos votos que obtuvo mi relato, fueron otorgados por personas que desconozco, lectores que ni tan siquiera seguía mi blog... y eso le da a uno el premio más bello por su trabajo:D

    Dicho eso, que me extendo más que la guía telefónica, jaja, te seguiré leyendo y espero también coincidir contigo en más concurso..

    Kisses...

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  4. ¡Hola Karol!
    Gracias por pasarte por mi blog.
    Con sinceridad, confesarte que entiendo (coincido con Marcos), que el amiguismo es inevitable. Pero no lo decía por los relatos ganadores, sino por aquellos votantes que no ocultaron haber leido tan sólo algunos de los relatos, y no todos. Esos votos, a mi entender, debrían ser inválidos (repito que desconozco si Irene los tuvo en cuenta o no, pero que no es un tema que me importe). De ahí que afirme que esos lectores que no leyeron la totalidad de los relatos participantes, se decantaran por leer/votar los de sus amigos/conocidos. Claro que es mi opinión tan sólo.
    ¡Un abrazo!

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  5. Hola Francisco, muchas gracias por pasarte por nuestro blog y por tus palabras.

    Nos gustó participar en ese concurso y estar rodeada de tan grandes escritores, entre los que sin duda te encuentras tú, por eso lo último que esperábamos era conseguir un puesto tan relevante.

    Queremos felicitarte por tu historia, sin duda es magnifica,una cruda realidad que encoje el corazón, de hecho para nosotras era una de las favoritas como así lo dejamos patente en nuestros votos, es lo bueno de ser dos.

    No queremos entrar mucho en el tema de amiguismos, porque como muy bien habéis recalcado es algo que siempre existirá.

    No sabemos si alguna vez volveremos a coincidir en algún concurso, pero si fuese así, estaríamos encantadas de tenerte una vez más como compañero de aventuras.

    Un saludo.
    Las SokAly

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